El escandaloso caso de los libros de texto: Un asunto sin importancia

De bote pronto pareciera hasta irresponsable y ofensivo señalar como tal a este complejo tema, no difícil, pero la reflexión del caso va encaminada desescalar una polémica de la que se ha dejado de lado la opinión del maestro de aula.

Se está pasando por alto la sapiencia del profesor que está capacitado, no tan solo, para detectar yerros en textos de consulta, sino incluso, enseñar con los conocimientos adquiridos en las escuelas Normales superiores con tan solo un gis y un pizarrón.

Las generaciones que han aprendido a leer, a escribir y a hacer cuentas se lo deben a los maestros.

La otra arista de la controversia de los libros de texto es que los expertos han dicho que en tiempos de internet y virtualidad digital ya ni siquiera es necesario imprimir libros de texto, pues después de la experiencia formativa en tiempos de pandemia se debe impulsar las bibliotecas virtuales, que, dicho sea de paso se disminuye la huella de carbono en millones de alumnos.

Por lo que ya debe ser parte de la historia que pequeños muchachos de primaria los fuercen a cargar, algo así como una tienda de campaña en sus espaldas, que, aunque no se crea son kilos de papel convertidos en libros que en muchos de los casos ni los abren en clase.

El ruido ocasionado por las ONG pareciese perseguir protagonismo político o bien quedarse con la asignación de contratos para la impresión de los libros.

Es momento que el magisterio organizado salga a decir que los libros de texto deben ser de contenidos dinámicos e interactivos que se vinculen sus contenidos con la realidad social y no quedarse estáticos ante la única constante que es el cambio.

Si usted, amable lector, hace memoria, recordará que más del 90 por ciento de que aprendió en la escuela es por un maestro y no porque haya devorado libros de cálculo, álgebra y otras ciencias “ocultas”.

El que está en el centro de la enseñanza es el profesor, que por cierto ha sido ninguneado en anteriores sexenios. Al mentor se le debe confiar la educación académica de los niños y jóvenes y respaldarlos en todo momento.

De que preocuparse si la palabra en un libro está mal acentuada, cuando un profesor enseña esos saberes básicos.

Hay quien va más allá y aseguran que los bolígrafos, las libretas físicas están en vía de extinción. No yendo muy lejos, en la ciudad de Veracruz hay escuelas particulares donde solo piden una “tableta” y con eso es suficiente para descargar todos los libros que se quieran, este ejemplo demuestra para que son las nuevas tecnologías en la educación.

Se debe insistir que el profesor es el que sabe cómo conducir a sus alumnos, pues ellos tienen un acervo de herramientas para enseñar competencias que forjarán al hombre del mañana.

Sin embargo, es la hora de golpearse mediáticamente ambos bandos: gobierno y oposición.

Solo como recordatorio se debe mencionar los libros de texto en tiempos de Emilio Chuayffet secretario de educación con Peña Nieto en donde las pifias se contaban por cientos y, ¿qué pasó?; absolutamente nada.

La necedad de la oposición a los libros es solo tema electoral quieren desprestigiar al gobierno actual para llevar “agua a su molino” y sacar ventaja electorera.

Una medida que se antoja drástica sería no distribuir los libros y ponerlos a disposición de todos en la plataforma de la SEP y colorín colorado, y que digan misa los malquerientes del presidente.

Se debe remachar que no se deben preocupar por los errores en los libros de texto, pues se tiene unos maestros ejemplares guardianes del saber y que se tome como un asunto sin importancia, mientras se tenga profesores capacitados y responsables como los mexicanos.

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